Recuerdo que, por lo menos, hasta mediados de
los años setenta, vi correr por las calles de Vallenar una lustrosa carroza,
tirada por un brioso corcel negro. Era la última victoria que trasladó
pasajeros desde la estación de ferrocarriles hasta el centro de la ciudad,
cuando aún corría el tren longitudinal.
El gran poeta y escritor Enrique Olivares,
escribió en la Revista Literaria “Paitanás” de julio de 1967, el siguiente
comentario que transcribo textual, sobre este transporte a tracción animal y su
conductor.
Es todo un gran coche en buen estado, limpio
y brillante, que invita a ser ocupado. Lo arrastra un imponente y brioso
corcel, con sus bridas y correajes, en partes metálicas que relumbran por estar
siempre bien lustradas. Rápidamente transporta a los pasajeros, como deseando
competir con los autos.
El que lo dirige es Germán Rojas, su
propietario, que a su vez es el último auriga, atento y cordial. Supongo que
habrá tenido la oportunidad de liquidar su coche y adquirir un moderno taxi;
pero, no ha deseado hacerlo, porque debe estar encariñado con su vehículo. Y,
así orgulloso, como un gran señor, lo vemos diariamente sentado, con el látigo
en su diestra, dirigiendo su coche por las calles de Vallenar. Es ya una figura
legendaria y familiar.
A mi parecer, el día que el popular cochero
Germán Rojas no pueda manejar más su vehículo, va a ser el día más amargo de su
vida y que va a constituir para él una tragedia emocional. Mientras tanto,
todos seguiremos presenciando y ocupando el último coche, que simboliza la
tradición y que recuerda el pasado de nuestra ciudad.