En cada ciudad de Chile y el mundo, el mercado o
recova constituye uno de los principales centros de interés turístico para el
visitante. Vallenar es la única ciudad de Atacama que cuenta con su mercado de
abasto de frutas, verduras y comidas. A lo largo de sus casi 80 años de
funcionamiento, hay una persona que está próximo a cumplir medio siglo
trabajando en su interior. ¿Su nombre?: Honorio Enrique López Pizarro, nacido
en Vallenar el 15 de septiembre de 1954.
“Yo llegué a trabajar al mercado como a los 16
años, al puesto de frutas y verduras que tenía la señora Estela Garrote con don Víctor Álvarez. Por eso, no pude ir al colegio de día, al final tuve que sacar los estudios en la jornada nocturna. Con ella estuve como cuatro o cinco años, porque después me fui a trabajar con don Arturo Cortés, quien le traspasó su puesto a su sobrino Antonio Cortés y yo seguí con él cerca de seis años, hasta que un día se fue a Antofagasta y me quedé yo con el puesto, a pesar que quería llevarme al norte”, recuerda.
Honorio ha sido un
testigo privilegiado de la metamorfosis sufrida por el Mercado Municipal de
Vallenar, tanto en la estructura del recinto, como también en la distribución
de los puestos y en los mismos clientes. De hecho, es el segundo locatario más
antiguo; solo le antecede doña Josefina Aguilera, dueña del restaurante que
ahora funciona al interior de este centro comercial.“Antes había ocho puestos de fruta y verdura; actualmente, el único puesto
propiamente tal es el mío, los demás son módulos ambulantes que los instalaron
allí”.
Apelando a su buena
memoria, comenzó a recordar a los locatarios que trabajaban allí hace casi
medio siglo, cuando llegó siendo un niño: “En la pescadería estaba don Raúl
Marín; en la cocinería, Guillermo Zamora; en los puestos de fruta y verdura,
doña Estela Garrote, Teresita Valdés, Santos Rivera, Manuel Rivera, Jorge
Farías y Belmor Campillay; en abarrotes y mercadería estaba el puesto de don
Walter Pizarro; don Germán Muñoz que vendía ricos quesos elaborados en una
hacienda vecina, ahora lo atiende su hija; en las carnicerías estaban Domingo
Kong, Jorge Quiroz, Homero Cuello y Luis Zubieta, cuyo puesto de este último ahora
lo maneja su hija Javiera Zubieta junto a su esposo Patricio Carvajal”.
Enseguida comenta
que los puestos de la parte exterior, por calle Santiago, también funcionaban
de manera diferente a como ocurre actualmente, porque eran ambulantes que, al
cabo de la jornada diaria, debían desarmar y llevarse a sus casas las
mercaderías. Al respecto, aporta algunos nombres: El “Peluca”, Pedro y
Enriqueta Aróstica, los gorditos Panchito y Muñiz, y don Horacio.
Asegura que, hasta
antes de la pandemia, las ventas eran buenas, con clientes permanentes que los
prefieren por sobre los supermercados o la feria libre: “Yo atendí a los
abuelos y ahora van los hijos y hasta los nietos a comprar, o sea, son
generaciones completas que acuden a comprar al mercado. Lamentablemente, se nos
han perdido algunos clientes fieles por temor a los antisociales que se paran
afuera a pedir monedas y machetear a los clientes. Son como una docena, ojalá
la autoridad tome cartas en el asunto”, sugirió.
Más adelante, el
“Caramelo”, como lo conocen sus compañeros y algunos clientes, recuerda que
antiguamente existía más compañerismo y amistad entre todos los locatarios: “En
esos tiempos, era habitual que los jefes organizaran asados los fines de
semana. Don Luis Zubieta ponía la carne y los demás complementábamos con frutas
y verduras para la ensalada”. El sobrenombre se lo puso uno de los serenos del
recinto. “Los comerciantes y la clientela me conocen más por el apodo que por
mi nombre”, precisa.
¿Hasta cuándo
pretende seguir en el Mercado?
“No lo sé aún, tal vez unos cuatro o cinco años más, si es que me deja el coronavirus. Tengo cinco hijos que por ahora no están ni ahí con seguir la senda en el mercado. A lo mejor, más adelante,una de mis hijas se decide por iniciativa propia”.
Finalmente, envió un afectuoso saludo a los lectores de esta crónica: “Un saludo para toda la gente que nos visita en el mercado; solo decirles que se cuiden y no dejen de visitarnos.