No creo equivocarme si digo que, como
vallenarino que hace rato pasó el medio siglo, no fui el único al que el
reciente deceso del famoso compositor italiano y director de orquesta Ennio
Morricone me conmovió yretrotrajo a aquellaslejanas
tardes de domingo de los años sesenta y setenta cuando
íbamos al recordado Cine Teatro Plaza a ver los westerns
italianos que tanto furor causaban en aquellos años, como “El bueno, el malo y el feo”, “Erase una vez en el oeste”, “Por un puñado
de dólares” y “por unos dólares más”, entre otros famosos “spaguetti westerns”,
como también se le decía a este tipo de películas.
Es imposible olvidar y no asociar la
inconfundible obra musical de Morricone a nuestro desaparecido Teatro Plaza y
esas tardes de cine que obligaban a almorzar temprano para ir a hacer fila y
asegurar las entradas para el clan familiar, porque era inevitable que se
agotaran y, por aquellos años, un domingo sin cine era imposible de asumir.
Qué lindo era nuestro cine Plaza, con su
gruesa cortina de tono burdeo, sus tres niveles en forma de U, con elegantes
líneas arquitectónicas interiores y su música envolvente. Qué emocionante era
el momento cuando se apagaban las luces, cesaba la música y se abrían las
cortinas. Empezaba la función.
Recuerdo que estaba la platea, donde iban los
paltones, los señores que vivían en el centro de la ciudad, donde las señoras
llegaban con elegantes trajes de moda. No cualquier pelafustán entraba al
primer piso. Luego estaba el balcón,
donde iba “la clase media”. Allí estaba la sala de proyección, donde el “cojo”
encargado del rodaje de la cinta pagaba los platos rotos cada vez que la
película se cortaba. Arriba, en el tercer nivel estaba la galucha, para el
populacho, para lospelusas y hasta para los malandras. Muy comentado fue el
caso de la niña que encontraron muerta debajo de los asientos y de cuyo
asesinato se culpó a un trabajador del cine. Quien algún día se sentó en las
duras butacas de madera de la galucha debió luchar tenazmente con las pulgas
que había en ese sector. Desde allí, los carajoslanzaban chicles, envoltorios
de caramelos y hasta gargajos a la platea buscando preferentemente la calva de
algún concentrado espectador.
Y pensar que por los años treinta y tanto,
este recinto no era más que un bodegón. Más tarde, cuando dejó de funcionar el
Cine “Prat” que estaba en la calle del mismo nombre esquina Talca, fue
acondicionado como salón de espectáculos, como las veces que acogió al
inigualable Show 007 de Oscar Arriagada y los cantantes chilenos de éxito por
aquellos años.
En la parte baja de su frontis había dos
cajas donde se vendían las entradas. Su estructura consideraba cuatro pilares
que eran aprovechados para apoyar la cartelera con las películas de la función
diaria y los estrenos venideros.
Seguramente, cuando usted lea estas líneas
aflorarán en su mente los recuerdos de sus propias
historias y anécdotas con el Cine Teatro Plaza y, no tengo dudas, la nostalgia
invadirá su alma.