Si alguna encuesta preguntara a los
vallenarinos de ayer u hoy quién fue José Salinas… la mayoría se declararía
ignorante y admitiría no saber la respuesta. En cambio, si la pregunta hubiese
sido por el “Lipiria”, no tengo duda que contestarían positivamente, incluso
quienes no lo conocieron, diciendo al menos que han escuchado hablar sobre su
persona.
El “Lipiria” era un vendedor ambulante que
recorría la ciudad en su triciclo ofreciendo sandwich “con el rico veneno”, en
donde hubiera algún espectáculo que congregara masas. Durante la semana se
instalaba en las afueras del Liceo de Hombres, durante las mañanas, y del
Instituto Comercial por las tardes. En rigor, era el mismo edificio que tenía
doble uso. Siempre con su delantal blanco, su típico bigote delgado, una
amenazante calvicie y, sobre todo, su sano humor y buena disposición para con
todos quienes requeríamos de sus servicios.
A propósito, cuántos estudiantes del Liceo y
del Comercial le habrán quedado debiendo algún pancito de paté con mantequilla
que fiaba sin mayor cuestionamiento, confiando solo en la palabra de los
desplatados y hambrientos jóvenes que, difícilmente se los hayan cancelado. Sin
embargo, el “Lipiria” nunca dejó de entregar crédito, en una constante
solidaria que muchos aún recordamos. Tal vez sería por aquel mito que decía que
tuvo hijos universitarios que llegaron a ser médicos y que educó gracias a la
venta de sus sanguchitos. Por ende, comprendía el sino de un joven estudiante:
la eterna falta de plata.
Una destacada participación le cupo en el
Nacional de Calama 1976, donde todos sabían que era
el hincha número uno de la Selección del Huasco, porque en su blanco delantal
tenía escrito con letras grandes en la espalda la palabra “VALLENAR”.
En ese evento cambió los sandwich “con rico
veneno” por choclos calameños cocidos y otras yerbas. De hecho, no tuvo empacho
en ofrecer su producto estrella a las autoridades del palco oficial, quienes en
más de algún entretiempo de partidos del campeonato degustaron sus ricos
choclos con mayonesa.
Allí, una de sus tantas salidas jocosas y
espontáneas, Lipiria respondió una broma de los dirigentes calameños,
diciéndoles: “El padre tiene que atender a sus hijos como se merecen”, en
alusión al triunfo de Vallenar sobre Calama días antes, provocando la risa
general de los conspicuos espectadores del palco de honor.
El Mercurio de Calama escribió lo siguiente
sobre el Lipiria: “Fue el prototipo del hincha que se identificó con sus
colores, que defendió con ahínco su pasión por Vallenar, su nombre no interesa,
lo conocimos simplemente por “Lipiria”. Ese comerciante vestido de blanco que
recorrió el estadio de punta a punta, entregando su mercadería y su humor. Fue el mejor embajador que nos trajeron los
vallenarinos, un hombre de pueblo y con una gran humildad escondida, pero con
un gran corazón y una tremenda personalidad que Calama le reconoció en su total
dimensión”.
El “Lipiria” emigró de Vallenar a mediados de
la década de los ochenta y nunca más se supo de él. Algunos sostienen que
habría vuelto a Calama, mientras que otros lo daban por muerto. Un gran
personaje que nunca dudó de su inmenso cariño por su amado Vallenar.